fin de partida

EN UNA SILLA, con las manos atadas y una cinta adhesiva sellando su boca, mira con firmeza a quien le apunta con una pistola mientras coloca con desesperante parsimonia las piezas; dieciséis blancas y dieciséis negras, cada una en su correspondiente escaque, en el tablero que hay sobre la mesa que los separa.

—Deja de resollar, es inútil, es mejor que te calmes, respirarás con menos dificultad. Además nadie te oirá, se han ido todos y el único vigilante que tenemos no sube nunca hasta esta planta. Fueron órdenes tuyas, ¿recuerdas? Quisiste ahorrar gasto y despediste a los demás. Repito, es mejor que te calmes, tenemos toda la noche para echar la partida. Siempre nos ha apasionado el juego. Pero a ti, lo que más te gusta es contemplar al adversario derrotado. Llevo catorce años viendo cómo juegas con nosotros. Con nuestro tiempo, con nuestro esfuerzo, nuestro miedo. Miedo a quedarnos sin tu mierda de empleo. Tiene gracia. Hoy, sin ir más lejos, has jugado fuerte, después de decirte que me han vuelto a asaltar y a robar la recaudación. Por tu culpa, por no querer poner las medidas de seguridad necesarias, esas que te llevamos tanto tiempo reclamando. Te atrae el riesgo, ¡claro!, siempre que lo corramos los demás.  ¡Y tu respuesta! Con ese desdén en tu mirada. ¿Cómo te atreves a decirme que no sabes si es verdad? No tienes límites. No sé en qué te has convertido, no sé… me alteras y me cuesta pensar. En estos días estoy leyendo un libro, un regalo de Ale, así, sin ninguna razón, no necesita aniversarios, ya sabes cómo es. Pues bien, el autor dice que desconfía del recuerdo, igual que desconfía del sexo, aunque los dos le atan a la vida. ¿Sabes? Puede ocurrir que un día, uno cualquiera, hoy, por ejemplo, dejemos de estar atados a esta vida tan extenuante. Es tan fino el hilo. Yo lo recuerdo todo. Todo. Recuerdo las Olimpiadas de Calviá del 2004. Nos defendimos con uñas y dientes ante esos ucranianos, ¡qué buenos eran los cabrones! Y recuerdo cuando empezamos en este proyecto, tu y yo, cada cual desde su lugar de la herramienta. Día tras día, he ido viendo cómo engordaba tu cuenta bancaria. Las nuevas propiedades, los colegios privados, las lujosas vacaciones, el último modelo de coche. Pero llegaron malos tiempos y hubo que apretarse el cinturón. El nuestro, nunca el tuyo sanguijuela despreciable. ¿Te gusta el juego? Pues vamos a jugar. Sí, a mi también me gusta, aunque en los últimos meses practico menos de lo que quisiera. Cuando llego a casa siento tal agotamiento que pocas veces terminamos una partida. Ale me mira condescendiente y me manda a la cama. Me mira así desde hace algún tiempo, y cada vez lo llevo peor. Pero no es culpa suya, hace lo que puede. Te confieso que hoy siento una serenidad extraña. Un ser nuevo y desconocido ha brotado bajo mi camisa, ha deshecho el nudo de mi garganta y me mira de frente y, por primera vez, soy capaz de aguantarle la mirada. Bien, se está haciendo tarde, ahora sí, basta de charla. Juguemos. Partida estándar. Aunque, como sabes, el número de partidas que pueden jugarse excede al número de átomos que hay en el universo, hoy no tenemos más tiempo, contamos con siete horas máximo. Te propongo algo. Pero no puedes elegir, así que no sé si la palabra proponer es la adecuada. Iré al grano. Vamos a disputar una partida, una sola. Si pierdes, te pego un tiro en el pecho. Si pierdo yo, me lo pegaré en la sien. Es fuerte, ¿verdad? Deja de gemir, ya te veo, te veo… sí, sí, veo tus ojos que suplican. Demasiado tarde miserable oponente, demasiado tarde. Pero escucha, esto te gustará, presta atención. Te lanzo un finísimo hilo al que agarrarte. Si quedamos en tablas, el disparo lo haré al aire. ¿Qué te parece? Estremece ver con qué nitidez el sueño de la razón produce monstruos. Te gusta jugar, pues juguemos y acabemos con esto de una vez. Una pequeña ventaja, juegas con blancas.

Son las siete de la mañana, algunos trabajadores se paran ante la máquina de café mientras otros comienzan a ocupar sus puestos cuando, al final del corredor, desde el otro lado de la puerta del despacho de jefatura, se escucha un disparo.


Sol Moracho

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